La extensión de mi cuerpo (Ilustrado/Bilingüe)

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Author: Walt Whitman
Tags: Filosófico
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días.
    Mira, no doy tabarras ni pequeñas limosnas;
    cuando yo doy, me doy a mí mismo.
    Eh tú, impotente que te tiemblan las piernas,
    abre los embozados morros para que te insufle ánimo,
    extiende las palmas y levanta las solapas de tus bolsillos,
    no has de negarme, impongo, tengo para dar y regalar,
    y todo lo que tengo lo concedo.
    No pregunto quién eres, no es algo que me importe,
    puedes no hacer nada y no ser nada, salvo lo que yo estreche en mis brazos.
    Me inclino ante el siervo del campo de algodón o el limpiador de retretes,
    en su mejilla derecha pongo el beso de familia,
    y por mi alma juro que nunca lo negaré.
    En mujeres aptas para concebir engendro niños más grandes y ágiles
    (en chorros estoy lanzando hoy la simiente de repúblicas
    mucho más arrogantes).
    A cualquiera que agonice, allí voy corriendo y giro el pomo de la puerta,
    vuelvo sábanas hacia el pie de la cama,
    hago que se vayan doctor y sacerdote.
    Agarro al hombre que se hunde y lo levanto con voluntad irresistible,
    oh, tú que desesperas, he aquí mi cuello,
    ¡por Dios, no te hundirás! Descarga sobre mí todo tu peso.
    Te dilato con un tremendo aliento, te mantengo a flote,
    cada habitación de la casa lleno con una fuerza armada:
    amantes de mí, los que eluden las tumbas.
    Duerme, ellos y yo hacemos guardia toda la noche,
    ninguna duda, enfermedad alguna se atreverá a rozarte,
    te he abrazado, y en consecuencia te poseo,
    y cuando te levantes por la mañana verás que es así
    lo que te digo.

42
    U n grito en mitad del gentío,
    mi propia voz, sonora, fuerte y terminante.
    Venid, hijos míos,
    venid, niños míos, mis niñas, mis mujeres, familia y los amigos más íntimos,
    ahora el intérprete estrena su nervio, ha pasado su preludio sobre los instrumentos de lengüeta interiores.
    Acordes fácilmente escritos con ágiles dedos, siento el rasgueo de vuestro clímax y cadencia.

    Mi cabeza da vueltas sobre el cuello,
    mana la música, pero no del órgano,
    me rodea la gente, pero no es mi familia.
    Siempre la dura tierra no hundida,
    siempre los que comen y los que beben, siempre el sol que asciende y desciende, siempre el aire y las mareas sin cesar,
    siempre yo y mis vecinos, refrescantes, malvados, reales,
    siempre la antigua e inexplicable duda, siempre ese dedo que atraviesa una espina, ese aliento de comezón y sed, siempre el abucheo del que veja hasta que encontramos dónde se oculta el taimado y lo sacamos de ahí,
    siempre el amor, siempre el sollozante líquido de la vida,
    siempre el vendaje bajo la barbilla, siempre las angarillas de la muerte.
    Aquí y allí caminando con monedas de diez centavos en los ojos,
    para alimentar la glotonería de la tripa sacando con cuchara y liberalidad los sesos,
    comprando entradas, comiendo, bebiendo, pero ni una sola vez entrando en el festín,
    muchos sudando, arando, trillando, y luego recibiendo en pago la broza,
    unos pocos poseyendo ociosamente, y continuamente reclamando el trigo.
    Ésta es la ciudad y yo soy uno de sus ciudadanos,
    lo que interesa a los demás me interesa a mí: la política, las guerras, los mercados, los periódicos, las escuelas,
    el alcalde y los concejales, los bancos, los aranceles, los barcos de vapor, las fábricas, las existencias, las tiendas, los bienes inmobiliarios y los mobiliarios.
    Los pequeños y copiosos maniquís que saltan de aquí para allá con sus cuellos duros y fracs,
    bien sé quiénes son (sin duda no son gusanos ni pulgas),
    reconozco que son mis dobles, el más débil y superficial es inmortal como yo,
    lo que yo hago y digo lo mismo les aguarda a ellos,
    cada pensamiento con el que me debato en ellos se debate.
    Conozco a la perfección mi egotismo,
    mis omnívoros versos, y nada menos debo escribir,
    y te tomaría a ti, quienquiera que seas, para que fluyas conmigo.
    No son palabras rutinarias mi canto,
    sino para abruptamente interrogar, para saltar más allá pero acercar;
    este libro impreso y encuadernado, pero ¿y el

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