infieles.
Veo que incorporo gneis, carbón, musgo de largas hebras, frutos, granos, raíces comestibles,
me cubre el estuco de cuadrúpedos y pájaros,
y me he distanciado de lo que hay detrás de mí por buenas razones,
y todo hago que vuelva a voluntad.
En vano la premura o la timidez,
en vano las rocas plutónicas envían su viejo calor cuando me acerco,
en vano el mastodonte se retira bajo sus propios huesos pulverizados,
en vano los objetos se hallan a leguas de distancia y asumen múltiples formas,
en vano el océano se asienta en oquedades y los grandes monstruos que yacen abajo,
en vano el águila ratonera habita el cielo,
en vano la culebra se desliza entre enredaderas y troncos,
en vano el alce se va a los desfiladeros del interior de los bosques,
en vano el mérgulo cuyo pico es como una navaja viaja al norte, a Labrador,
yo sigo rápidamente, asciendo al nido en la hendidura del acantilado.
32
C reo que me podría ir a vivir con los animales, son tan plácidos e independientes…,
me paro y los contemplo mucho tiempo.
No sudan y gimotean por su estado,
no yacen despiertos en la oscuridad y lloran por sus pecados,
no me ponen enfermo al discutir cuál sea su deber hacia Dios,
ninguno está insatisfecho, ninguno demente con la manía de poseer cosas,
ninguno se arrodilla ante otro, ni ante los suyos que murieron hace miles de años,
ninguno es respetable o infeliz en toda la superficie de la tierra.
Así muestran su relación conmigo y yo la acepto,
me traen pruebas de mí mismo, sencillamente manifiestan que las poseen.
Me pregunto dónde obtienen esas pruebas,
¿pasé por allí una enormidad de veces y descuidadamente las dejé caer?
Avanzo entonces, ahora y siempre,
recojo y muestro siempre más y con velocidad,
infinito y omnígeno, e igual a estos que hay entre ellos,
no demasiado exclusivo hacia los que alcanzan a
mis recordatorios,
escojo aquí a uno que amo, y ahora voy fraternalmente con él.
Un semental de gigantesca belleza, lozano y que responde a mis caricias,
la cabeza alta sobre la frente, amplia entre las orejas,
las extremidades lustrosas y ágiles, la cola barriendo el suelo,
ojos colmados de centelleante malicia, orejas hermosamente
cortadas, moviéndose con flexibilidad.
Sus ollares se dilatan cuando lo abrazan mis talones,
sus bien formadas extremidades tiemblan de gozo mientras corremos en torno y volvemos.
Sólo te uso un minuto, luego renuncio a ti, semental,
¿para qué necesito tus pasos, si yo galopo dejándolos atrás?
Hasta cuando estoy parado o sentado voy más raudo que tú.
37
¡A lerta, remolones! ¡Alarma!
¡Dentro se agolpan en las puertas conquistadas! ¡Estoy poseído!
Encarnad todas las presencias proscritas o sufrientes,
vedme en prisión bajo el aspecto de otro hombre,
y sentid el embotado dolor que no remite.
Por mí los guardianes de los reos se echan al hombro la carabina y vigilan,
me dejan salir por la mañana y me encierran de noche.
Ni un amotinado camina esposado a la cárcel sin que yo esté esposado a él y camine a su lado
(allí soy menos el alegre, y más el callado con sudor en los labios trémulos).
Ni un jovenzuelo es prendido por hurto sin que yo lo acompañe, y sea juzgado y reciba sentencia.
Ni un paciente de cólera está en las últimas sin que yo también esté en las últimas,
mi cara tenga el color de la ceniza, se anuden los tendones, y la gente se aleje de mí.
Los pedigüeños se encarnan en mí y yo en ellos me encarno,
tiendo el sombrero, me siento con cara avergonzada, y mendigo.
40
S ol que alardeas de tu luz, no te necesito, ¡largo!
Solamente iluminas superficies, y yo fuerzo superficies
y profundidades también.
¡Tierra! Parece que buscas algo en mis manos,
di, vieja de blanco copete, ¿qué quieres?
Hombre o mujer, podría decir cuánto me gustas, pero no,
y podría decir qué hay en mí y qué en ti, pero no,
y podría decir ese anhelo que tengo, ese pulso de mi noche y mis