es uno de los caminantes. Tendrá distintas opciones ante sí. El clima es agradable, pero pueden verse algunas nubes en el cielo. El camino que hay por delante es fácil, porque cruza una llanura. El lector sabe que debe seguir avanzando, porque el ejercicio es bueno y porque desea llegar a un destino seguro. También sabe que mientras camina debe tener cuidado: puede haber animales peligrosos, ríos que vadear, abruptos precipicios más adelante... No se le pasa por la cabeza que pudiera caerse por uno de ellos y morir. El lector es un caminante lo suficientemente sensato y experimentado.
Y sin embargo, en 1914 Europa se dirigió al abismo en un conflicto catastrófico que traería la muerte de millones de seres humanos, desangraría sus finanzas, haría temblar imperios y sociedades hasta destrozarlos, y socavaría para siempre el dominio europeo sobre el mundo. Las fotografías de las multitudes dando vítores en las grandes capitales son engañosas. La llegada de la guerra tomó por sorpresa a la mayoría de los europeos, y su reacción inicial fue de incredulidad y conmoción. Estaban acostumbrados a la paz. Tras el fin de las guerras napoleónicas, siguió el siglo más pacífico que conoció Europa desde la época del imperio romano. Es cierto que hubo guerras, pero o bien tuvieron lugar en colonias lejanas, como las guerras zulúes en el sur de África, o en la periferia de Europa, como la guerra de Crimea; o bien fueron contiendas cortas y concluyentes, como la guerra franco-prusiana.
El empujón decisivo hacia la guerra duró poco más de un mes: entre el asesinato del archiduque austriaco en Sarajevo el 28 de junio, y el estallido en Europa de una guerra generalizada el 4 de agosto. En último extremo, las decisiones cruciales de aquellas semanas, que condujeron a Europa a la guerra, fueron tomadas por un número sorprendentemente pequeño de personas (todos ellos hombres). Pero para comprender por qué actuaron como lo hicieron, hemos de remontarnos más atrás y analizar las fuerzas que los conformaron. Necesitamos entender las sociedades e instituciones que los produjeron. Debemos tratar de comprender los valores y las ideas, las emociones y los prejuicios, que configuraban su visión del mundo. También tenemos que recordarnos a nosotros mismos que, con escasísimas excepciones, no sabían muy bien adónde conducían a sus países y al mundo. Esto revela lo en sintonía que estaban con su propia época; la mayoría de los europeos creía que una guerra general era imposible, o improbable, o que estaba destinada a terminar rápidamente.
Al tratar de interpretar los acontecimientos del verano de 1914, deberíamos meternos en la piel de nuestros antepasados de hace un siglo, antes de insultarlos, criticarlos y acusarlos. Ya no podemos preguntarles a quienes tomaron aquellas decisiones en qué pensaban cuando dieron tales pasos en el camino de la destrucción; pero, gracias a los documentos de la época y a las memorias posteriores, podemos hacernos una idea bastante aproximada. Una cosa está clara: a la hora de tomar sus decisiones, o de eludirlas, tuvieron muy presentes otras crisis y situaciones previas.
Por ejemplo, los líderes rusos no habían olvidado ni perdonado la anexión de Bosnia y Herzegovina por el imperio austrohúngaro en 1908. Rusia, por su parte, no había respaldado a su protegida Serbia cuando esta hubo de enfrentarse una y otra vez al imperio austrohúngaro en las guerras de los Balcanes de 1912-1913. Ahora el imperio austrohúngaro amenazaba con destruir Serbia. ¿Qué sería de Rusia y su prestigio si nuevamente permanecía al margen, sin hacer nada? ¿Acaso Alemania no le había dado un respaldo total a su aliado el imperio austrohúngaro en aquellas confrontaciones? Si Rusia no hacía nada esta vez, ¿perdería a su único aliado seguro? El hecho de que estas potencias hubiesen resuelto pacíficamente otras crisis muy graves, a propósito de las colonias o en